El sol atraviesa el cuarto de Pancho a lo largo largo. Golpea el marco de un cuadro que está en la pared de salida y María Conchita no deja de cantar en la radio que descansa junto a la cama. Más abajo una ponchera para las necesidades. –El baño está muy lejos chico, y las rodillas no dejan de joder- comenta Pancho luego de apagar su cigarro en un pedazo de cartón. A pesar de que la grabadora está encendida no dejo de tomar notas. Los gestos del genio, los cuadros de las paredes, el reloj junto a la mesa a mis espaldas. Las incontables cajas de inéditos. Los poemas que escribió esta mañana. Las caderas de Julia. –Julia si era bonita. Muy bonita. ¿Por qué no trajiste ninguna amiga Javier?...-Para la próxima Pancho- le contesto. Cuatro y media de la tarde y la entrevista a Francisco Massiani a ser publicada en una joven revista de crónicas para el mes de marzo ya está lista. Por lo menos en su esqueleto. En sus vivencias de pasada. En palabra tan palabra. Tan alejada del periodismo y tan cercana al absurdo. Un absurdo que se combina la verdad, porque en muchos casos la verdad puede parecer absurda. Pero la verdad de Pancho no es absurda. Los ojos de Pancho revelan cansancio, y están cansados porque los ha usado. Los gastó de tanto ver y todavía se niega a abandonarlos. Cuatro con cincuenta minutos y el vino para amenizar la visita se termina. Zambrano termina de sacar las fotos y el genio se despide de nosotros. No hemos salido del cuarto y nos ofrece otro cigarro. París, Alemania, Perú. Bellas mujeres en todos los lugares. Aventuras perdidas. Ternura agotada.
miércoles, 28 de enero de 2009
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